- Hijo de la chingada...
El grito y el manuscrito se estrellaron violentamente contra una de las paredes de la casa. Las hojas volaron en todas direcciones y el cuerpo de Constancia se derrumbó sobre un sillón. Durante unos minutos lo único que se escuchó en la casa fueron sollozos interrumpidos por insultos y blabuceos que no tenían ningún sentido más que el de desahogo. Frente a ella un ventanal enorme, desde donde se podían ver los volcanes en ciertos días del año, se interponían entre su dolor y el sonido de los escasos autos que pasaban frente a esa calle escondida en una de las colinas al sur de la ciudad.
- Hijo de la chingada...
Cuando el llanto cedió un poco, Constancia se levantó del sillón y buscó un cigarrillo que encendió con una mano insegura . Fumando, se acercó al vidrio de la ventana y por unos minutos sus ojos se perdieron en la contemplación del paisaje de la ciudad más grande del mundo, la que le había dado el regalo de algunos de sus momentos más felices con julian. De pronto recordó las hojas del manuscrito que estaban regadas por todo el piso. Sintiéndose culpable, dejó el cigarrillo en un cenicero y se dirigió rápidamente a recogerlas como una madre recogería el cuerpo despedazado de su hijo despues de un accidente. La tarea de juntar las hojas dispersas la hizo llorar una vez más, pero ya no con rencor, sino con algo que chorreaba arrepentimiento, dolor, abandono, humillación, nostalgia...
... Pensó en Marianne. Las dos eran viudas de un mismo fantasma, de un mismo felino evasivo. Había leído el manuscrito en menos de cuatro horas. Había devorado las páginas con sorpresa, con dolor, con tristeza. Se reconoció como un personaje de la historia y no pudo evitar sentirse parte íntima del pequeño pero complicado rompecabezas que él había armado en esos meses de búsqueda. No entendía muy bien por qué se sentía tan afectada. Después de todo su affair real con aquel hombre había durado apenas un par de semanas. Las llamadas telefónicas, las cartas, los mensajes en las contestadoras, todo se había transformado ahora en algo irreconocible, como los trozos de madera flotante que deja una gran ola en su regreso al mar después de haber destruido una embarcación pequeña...
Se habían conocido en la ciudad de México, el año pasado. Aquellos días habían sido terriblemente intensos, pero él se había ido, había elegido alejarse, volver al extranjero. Ahora Constancia entendía mejor por qué. Había tenido que volver a San Francisco y sus mujeres, sus gatos, su obsesiva cacería de significados...
- Terciopelo Violento / Juvenal Acosta -
El grito y el manuscrito se estrellaron violentamente contra una de las paredes de la casa. Las hojas volaron en todas direcciones y el cuerpo de Constancia se derrumbó sobre un sillón. Durante unos minutos lo único que se escuchó en la casa fueron sollozos interrumpidos por insultos y blabuceos que no tenían ningún sentido más que el de desahogo. Frente a ella un ventanal enorme, desde donde se podían ver los volcanes en ciertos días del año, se interponían entre su dolor y el sonido de los escasos autos que pasaban frente a esa calle escondida en una de las colinas al sur de la ciudad.
- Hijo de la chingada...
Cuando el llanto cedió un poco, Constancia se levantó del sillón y buscó un cigarrillo que encendió con una mano insegura . Fumando, se acercó al vidrio de la ventana y por unos minutos sus ojos se perdieron en la contemplación del paisaje de la ciudad más grande del mundo, la que le había dado el regalo de algunos de sus momentos más felices con julian. De pronto recordó las hojas del manuscrito que estaban regadas por todo el piso. Sintiéndose culpable, dejó el cigarrillo en un cenicero y se dirigió rápidamente a recogerlas como una madre recogería el cuerpo despedazado de su hijo despues de un accidente. La tarea de juntar las hojas dispersas la hizo llorar una vez más, pero ya no con rencor, sino con algo que chorreaba arrepentimiento, dolor, abandono, humillación, nostalgia...
... Pensó en Marianne. Las dos eran viudas de un mismo fantasma, de un mismo felino evasivo. Había leído el manuscrito en menos de cuatro horas. Había devorado las páginas con sorpresa, con dolor, con tristeza. Se reconoció como un personaje de la historia y no pudo evitar sentirse parte íntima del pequeño pero complicado rompecabezas que él había armado en esos meses de búsqueda. No entendía muy bien por qué se sentía tan afectada. Después de todo su affair real con aquel hombre había durado apenas un par de semanas. Las llamadas telefónicas, las cartas, los mensajes en las contestadoras, todo se había transformado ahora en algo irreconocible, como los trozos de madera flotante que deja una gran ola en su regreso al mar después de haber destruido una embarcación pequeña...
Se habían conocido en la ciudad de México, el año pasado. Aquellos días habían sido terriblemente intensos, pero él se había ido, había elegido alejarse, volver al extranjero. Ahora Constancia entendía mejor por qué. Había tenido que volver a San Francisco y sus mujeres, sus gatos, su obsesiva cacería de significados...
- Terciopelo Violento / Juvenal Acosta -
1 comentario:
Diossssssssssssssssssssssssssssses, me dejas en la vuelta de hoja!
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