...niñas imaginativas, las llamaban en el colegio, fantasiosas incluso. Jugaban mucho solas, de pequeñas, reinventaban en silencio el mundo y todas sus reglas, se fabricaban un universo a su medida. Ahora, de mayores, a veces hablan solas cuando están borrachas, apenas un par de palabras que pronuncian deprisa, para sí mismas, en el breve espacio de una sonrisa. El alcohol les hace daño, y algunas, las más listas, lo saben de sobra, pero no pueden renunciar a él, porque sin él no volverían a ser pequeñas, y la realidad arrasaría hasta los cimientos su vida auténtica, la vida que viven mientras están solas, bebiendo despacio y con método. Las copas engordan y machacan el hígado, pero, como las buenas hadas, conceden a cambio un don infinitamente valioso. Porque mientras haya alcohol en sus venas, él siempre será posible.
—¿Quién?
El príncipe azul. El hombre de su vida. Indiana Jones. Solal de los Solal. Alejandro Magno. Abderramán III. Pedro I de Rusia. Emmanuel Kant. Su padre... El de ellas, quiero decir, no el del pobre Kant, claro. Fidel Castro, yo qué sé... Los hay para todos los gustos, pero siempre tienen un rasgo en común. Nunca aparecen.
—Porque no existen...
—Sí existen, por supuesto que existen. Pero los auténticos príncipes azules, los que tienen la piel del color de los ángeles laicos, no aman a las princesas. Son demasiado complejas. Beben, lloran y hablan solas. Piden y, sobre todo, dan, se empeñan en dar más de lo que nadie les ha pedido jamás, les encanta darse, entregarse, lanzarse a tumba abierta, llevan toda la vida esperando, ¿comprendes...? Apenas un príncipe azul se cruza en su camino, siquiera así, de lado, como por error, se inmolan sin perder tiempo a sí mismas, se cocinan hasta achicharrarse en la pasión que han acumulado dentro hasta el dolor, el hambre que las ha alimentado y las ha consumido al mismo tiempo, desde que nacieron hasta aquel instante. Y entonces el príncipe sale corriendo, claro, se da cuenta de que el color de su capa pierde intensidad por segundos, la neutralidad del blanco acecha, está cada vez más cerca, y no merece la pena empalidecer junto a una princesa, nunca la merece, dejarían de ser, si ya no fueran azules. Bueno, la verdad es que alguno hay que le echa cojones, pero su número es tan pequeño que podemos despreciarlo. Así que ellas vuelven a beber, despacio y con método. A veces eligen enamorarse en ese preciso momento. Miran a su alrededor y, si encuentran a alguien no demasiado naranja, se convencen a sí mismas de que han estado ciegas durante años, porque ése y nadie más puede ser el hombre de su vida. Se casan con fe y con energía. Tienen hijos. Pero antes o después vuelven a beber, lenta y sistemáticamente, beben, sus ojos brillan, sonríen para sí mismas, y terminan de agotar sus rancios argumentos, ¿cómo no va a existir Dios, si yo lo puedo pensar? Si yo lo puedo pensar es porque existe.
—Como San Anselmo...
—Más o menos. Luego engordan. Envejecen. Sufren, quizás no más que las plebeyas que se han casado con un príncipe y tienen que aguantarle las azuladas, pero sufren, como todo el mundo. Y se hacen cada vez más peligrosas. A los treinta más que a los veinticinco, a los treinta y cinco más que a los treinta, y así sucesivamente, porque el tiempo les pesa y la pasión les duele y la sospecha de que jamás hallarán lo que buscan se va mudando en certeza, poco a poco. Y las certezas siempre triunfan, nunca habrá un guisante debajo del colchón. Por eso las he llamado mujeres de nadie.
—Y ésas son las mujeres que te gustan...
—Sí, y aún te diría más. Esas son las únicas mujeres que me gustan.
—Y nunca tendrás ninguna.
—Nunca. Ni tú tampoco. No hemos tenido suerte, ya te lo dije al principio.
—Por eso te limitas a las putas...
—Por eso. Y he llegado a amar a más de una. A ellas les bastan los príncipes grises o marrones, desgraciados como tú y como yo... Son como princesas bastardas, herederas de un país diminuto, eternas aspirantes a una corona ridícula... Mujeres fascinantes, al fin y al cabo, que también beben y esperan, aunque sea por motivos laborales y no por su equívoca esencia..."
// Te llamare viernes - Almudena Grandes.
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miércoles, julio 13
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5 comentarios:
Mmm. Es esta una historia cualquiera o bebías mientras la escribías??
Supongo que las princesas no existen; sin embargo, las locas sí. Y como dijera Sergio Algora [†] alguna vez: [Déjese querer por una loca... es único.]
Yo supe de una loca *.coloreada.
Muy ad hoc.
@Richún.- Yo no lo escribi, fue almudena, yo solo compre el libro y senti el nudito en la panza cuando lo estaba leyendo... Yo quiero creer que hay diferentes tipos deprincesas, y asi.
@Anonimo.- Me aterra llegar a ello, afortunadamente todavía no envejezco ni me tiro al alcoholismo. :P
No tengas miedo por lo menos no del alcoholismo, ten miedo de volverte peligrosa a los 35 más que a los 30. Creo de verdad que hay muchos tipos de princesas y creo también que hay muchas brujas, muchas hechiceras. A estas últimas les va cambiando la piel de color y en lugar de hablar solas palabras humanas, un día se descubren cantos en el cuerpo y los ojos les centellean, se lamen las heridas, guardan en frascos primorosos pociones de fuego. No creo que haya que temer, un día los actos suicidas dejan de tener sentido y todo se vuelve magia.
Tengo que tener ese libro
extrañot
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